En
primer lugar exponer el interés que siempre ha despertado en mí todo lo
relacionado con las inteligencias múltiples, para entender las diferencias que
se presentan entre unos individuos y otros, ya que no responden de la misma
manera a un estímulo o emoción. Cada uno tenemos y desarrollamos percepciones
diferentes, inquietudes, intereses ante lo que nos rodea y que en un mundo
dominado por todo lo científico, por la competitividad y por llegar lo más alto
posible, parece olvidarse.
Así es
muchos momentos tienes la sensación de que el éxito tiene que estar
directamente relacionado con hacer una carrera que “tenga salidas” y no hacer
algo que te provoque felicidad y tranquilidad. Siempre les cuento lo mismo a
mis alumnos cuando me preguntan mi decisión de ser profesora de Ciencias
sociales, “chicos desde los ocho años
tenía claro que esto es lo que quería hacer, me hicieron test como a todos mis
compañeros y a mis padres les dijeron que podía estudiar cualquier cosa que me
propusiera, siempre y cuando me gustaría y emocionara. No estudiéis algo que no
os guste, o lo que os imponga la sociedad, escuchar consejos, pero dejaros
guiar un poco por vuestros sentimientos y deseos, ya que estudiar una carrera a
veces se hace difícil aunque te guste, y para trabajar en algo en lo que no
estés feliz siempre tendrás tiempo”.
Recuerdo
que yo era una alumna de la media, era consciente de que podía hacer más, pero
si estudiando lo que estudiaba sacaba las asignaturas no tenía que esforzarme
más. Eso sí, dedicaba mi tiempo libre a devorar libros sobre Arte del
Renacimiento, sobre Miguel Ángel Bounarroti, sobre Historia, los episodios
nacionales de Benito Pérez Galdos y soñaba con el día en el que pudiera ser
profesora y transmitir mi pasión sólo a uno de mis alumnos. Fui aprendiendo por
mí misma, consciente de que mucha gente pensaría que la Historia no me daría de
comer, pero mis padres me apoyaron, sabiendo que sería muy difícil hacerme
cambiar de opinión y porque a ellos también les interesaba sobre manera la
Historia y querían que fuera feliz estudiando. Así hay que conocerse mucho a sí
mismo, empezando a desarrollar la inteligencia interpersonal, para saber a los
8 años lo que querías estudiar y no cejar en el intento hasta lograrlo.
También
en el instituto pude tomar conciencia del escaso interés que muchos profesores
de matemáticas o física se tomaban por los que estábamos interesados por las
letras, por la cultura, la Historia, el Arte, la Literatura, por escribir, ya
que se presentaban como estudios inferiores. Es como si hubiera una guerra
entre las letras y las ciencias, el que es inteligente y pasa los famosos test
de coeficiente intelectual de manera brillante va para ciencias, el que no
presenta habilidades para las matemáticas se va a letras. Y Es un pensamiento
que no se ha perdido en nuestro tiempo, todos los años hay estudios sobre las
carreras que dan más trabajo y a la cola de ellas siempre están las Filologías
y la carrera de Historia.
Pero me
estoy desviando del tema, volviendo a la conferencia entre Eduard Punset y
Howard Gardner, es posible que el momento en el que nuestras inteligencias múltiples
sean, por así decirlo, más libres, sea en nuestros primeros años de vida o casi
hasta la llegada al Instituto, durante este tiempo, tenemos más libertad para
desarrollar eso que nos gusta, véase bailar, cantar, dibujar, practicar algún
deporte, imaginar, leer, o simplemente jugar. A medida que vamos creciendo esta
libertad se va perdiendo, o esa es mi percepción, al entrar en juego ya los
exámenes, los deberes, las notas, el ser mejor que el que tienes al lado. De esta forma es como si la sensibilidad que
presentamos en estos años se fuera diluyendo, o al menos en la mayor parte de
los casos.
Cuando
Howard Gardner presento su estudio sobre las inteligencias múltiples todo el
mundo se puso en su contra, estaba convencido de que los jóvenes no eran tan
parecidos como marcaba la genética y que tenían inteligencias múltiples que
cada uno desarrollaba a su manera, y decidió hablar de “inteligencias” porque
si lo hubiera hecho de sobre “talentos” no habría tenido ningún tipo de
repercusión. Está convencido de que es posible una forma personalizada de
educación en función de los intereses de los niños, pero quien parece no
entenderlo son los ministros de Educación de la mayor parte de los países y
buena parte de la sociedad.
Como
establecía párrafos más atrás, y siguiendo a Gardner, si en la escuela o el
instituto eres bueno en matemáticas o en lenguas es que has triunfado allí
dentro, pero cuando sales al mundo real y no eres capaz de enfrentarte a una
entrevista de trabajo, o eres incapaz de mantener relaciones normales con otras
personas es que no has terminado de desarrollar tus inteligencias múltiples o
que careces de algunas de ellas, aunque seas un genio matemático, informático o
físico. El hombre completo, aunque sería difícil establecer qué nos podría
convertir en una máquina perfecta, sería aquel que fuera capaz de dominar gran
parte de las inteligencias múltiples, destacando en cada momento la habilidad
requerida y necesaria. De alguna manera, como explica Gardner, nuestro cerebro
estaría formado varios ordenadores, cada uno dedicado a una inteligencia y que
se irían desarrollando a lo largo de la vida del ser humano y que nos
convertirían en personas mucho mejores.
En
occidente se le presta demasiada importancia a los test de inteligencia, que no
tienen en cuenta el nivel de concentración que puede tener el alumno en el
momento de su realización o las preguntas que se hacen, su estado anímico e
incluso la edad a la que se realicen. Durante mucho tiempo se ha creído en la
validez de este modelo, que si bien es cierto revoluciono la forma de concebir
la inteligencia, si ese test arrojaba que no valías para hacer una carrera,
pues nada, dejabas de luchar, de estudiar y te preparabas para ir a FP y
estudiar algo de carácter más práctico. Quizás no se tuvo en cuenta que el
cociente intelectual varía a lo largo de la vida, pero sobre todo entre los 12
y los 20 años es cuando más se puede desarrollar, si se hace una comparación de
la zona motora y la zona verbal y del tamaño del córtex varía a lo largo de la vida. Es necesario
seguir estudiando y desarrollando el cerebro para aumentar la capacidad y no
olvidar, si dejamos de hacerlo nos convertiríamos en personas disfuncionales.
A
partir de aquí se desarrolla la teoría de Gardner por la que no hay que enseñar
las cosas de la misma manera porque cada niño es un universo diferente, además
al intervenir las nuevas tecnologías y sus diversos medios tecnológicos como
tablets, ordenadores, se individualiza el aprendizaje. Para él la formación
personalizada es posible por la revolución digital, aunque sólo estamos en el
principio y quien no parece entenderlo son los ministros de educación. Si se
quiere aprender algo, no todos tienen que aprenderlo de la misma manera, y el
maestro aparece como guía, para preguntar cómo aprenden de manera más cómoda,
descubrir sus pasiones, intereses….aunque se trata de un ideal.
Y se
trata de un ideal porque los centros educativos no están preparados para estos
cambios, porque no todos los niños tienen a su disposición los medios
tecnológicos requeridos, porque el profesorado, en muchos casos está más
preocupado de terminar un temario basado en una Programación General Anual
carente de interés por las invidualidades del alumnado y que es imposible
llevar a cabo, que por aprender nuevas formas de llegar a sus alumnos, no son
conscientes de que cada niño es un mundo y que nosotros tenemos que implicarnos
directamente en ese proceso. Aunque en la época de crisis que vivimos entre los
despidos de interinos, el aumento de las ratio en las aulas, tener más de 130
alumnos a tu cargo y con la presión de estar a la misma altura de temario que
el resto de compañeros, hace que se olvide un poco todo esto.
En
mi caso he acudido a unas cuantas reuniones de departamento en las que he escuchado
que iba más retrasada que el resto, pero yo intento que mis alumnos participen,
no me importa que me interrumpan y que digan que lo que les cuento no es igual
que lo que han visto en internet, tenemos que enseñar a los niños a tener un
espíritu crítico, a preocuparnos por sus intereses, a dejar que en los exámenes
se expresen con sus palabras y no suelten todo lo que han estudiado por medio
de la memoria. Pero seamos relistas es complicado llevarlo a cabo con un
profesorado que está más preocupado por seguir trabajando, por mantener su
estatus y con centros que no están preparados para introducir toda la
tecnología necesaria. Es posible que a muchos padres les pareciera mejor
comprar una Tablet a sus hijos o un iPad y que los libros se hicieran más en
formato digital, a la larga ahorrarían más que ahora mismo, pero no se puede
llevar a cabo si las líneas de internet de los centros educativos españoles
siguen siendo obsoletos y apenas te permiten ver un video en YouTube.
Con
esto no quiero decir que todos mis compañeros estén poco receptivos a los
cambios, pero que es difícil poder llevarlo a cabo, en más igual que se expone
que cada niño es diferente, también lo es cada profesor. Es evidente que yo no
doy clase igual que mis compañeros, que prefiero explicar las cosas con un
vocabulario sencillo que ellos entiendan, que mis exámenes están corregidos de
forma generosa, he podido demostrar que si a un alumno que confía poco en sus
posibilidades y que nunca ha sacado un 7, le pones esa nota (también porque se
la merezca, no se la vas a regalar), estará mucho más motivado para el resto de
asignaturas, también con el apoyo constante que el profesor pueda aportarle. Yo
hablo con mis alumnos todo lo que me permite el tiempo, con los de mi tutoría y
con el resto, de sus problemas cotidianos, de sus cosas y también haciéndoles
ver que yo soy como ellos.
Me
explico mejor, como también dice Gardner y termina de remarcando el cantante de
Maldita Nerea, las emociones son esenciales y si te ganas el corazón de tus
alumnos porque ven que estás interesada en lo que les preocupa, habrás ganado
una fidelidad absoluta hacia ti, que hará que te tengan más respeto, que se
cree un vínculo de solidaridad entre el grupo y que todo sea más sencillo. Sin
emociones no seríamos capaces de desarrollarnos, ni de entender a los demás, y
si no las tenemos no estaríamos completos. La realidad es que las emociones
están lejos de los centros de estudio, que se preocupan más por cifras de
aprobados, de suspensos, porque su número de expulsiones y partes no sea
elevado, pero quizás muchos conflictos se podrían resolver hablando, creando
grupos de conciliación (que ya se llevan a cabo en muchos institutos, pero que
no se conviertan en un mero trámite para evitar una expulsión).
Aquí
es donde entran las “competencias”, ese gran fantasma que aparece en todas las
leyes educativas, en resoluciones del Parlamento y Consejo Europeo y que en
muchos casos se convierten en algo que aportas a la Programación pero de que la
que no se habla muchas veces o no llegas a cumplir. En cierto modo en teoría
parece más complicado hablar de competencias sociales y cívicas en la clase de
Matemáticas que en una de Sociales y Filosofía, pero muchas de ellas se
deberían llevar a cabo a diario, cuando un alumno empuja a otro, cuando se
faltan el respeto, cuando una niña te dice que su novio la quiere más cuando la
controla el móvil. Pero parece más fácil añadirlo a una programación y que
termine convirtiéndose en algo teórico que no puede ser llevado a la práctica.
No
es que no confíe en la competencias, ni crea que no hay que desarrollarlas,
pero mi experiencia como profesora me dice que en muchos casos ni se intenta o
en la hora de tutoría se les explica un par de cosas sobre tal o cual competencia,
o se les aburre con test sobre sus gustos, intereses, formas de estudio, sin
pensar que cinco minutos hablando con cada uno de ellos, nos puede ser más útil
que millones de test. Las competencias son necesarias, siendo tarea de cada
profesor llevarlas a cabo en el día a día en su aula, yo he aprendido también
mucho de mis alumnos, intentando que algunas de las competencias que se tienen
que desarrollar, terminen entendiéndolas ellos. Por ejemplo, pidiendo con
educación que lean, dando las gracias cada vez que terminan de hablar,
intervenir o leer, y devolviéndolas si te las dan cuando les das un examen,
intentando no eludir el momento en el que quieran darte un abrazo (eso sí,
teniendo en cuenta que el abrazo que puedes otorgarle a un adolescente tiene
que ser hecho con mucho cuidado), o mostrarte amable o entrar con una sonrisa
en clase. La clave del descontento de los alumnos y de su desmotivación quizás
no esté en convertirnos en bufones para que se entretengan, sino entender y
comprender sus inquietudes, sus miedos, y hacerles ver que tú también eres
humano, que tienes tus días buenos, malos y convivir con ello e irse conociendo
poco a poco y creando vínculos.
En
muchos casos creemos que la introducción total de las tecnologías será la
solución a los problemas actuales de abandono y fracaso escolar, y aunque estoy
convencida de que tienen que formar parte del proceso de aprendizaje de los
niños, no deberíamos deshumanizar más de lo que ya están las aulas, con tanta
tecnología.
Así,
la tarea del profesor debe ser muy variada, aportar a los alumnos las pautas
para que desarrollen sus habilidades e inteligencias, también enseñarles
aspectos esenciales que deben dominar, pero debemos encaminar nuestro trabajo a
potenciar esas maravillosas diferencias que tiene cada alumno y a entender que
debemos ser, al menos un poco, guías de su conocimiento. Pero creo que nuestro
papel como acompañantes en este desarrollo de las inteligencias múltiples
resulta más complicado de lo debido, en la escuela y en el instituto, en muchos
casos, los intereses de los alumnos distan mucho de querer desarrollar sus
inteligencias múltiples, están más preocupados por las novedades de Twitter,
por su WhatsApp o por ser populares, aunque deberíamos guiar estos intereses
hacia algo que les aportara más.